Miércoles, 11 de Deciembre de 2013
El mar
La casa se encontraba a medio camino de ninguna parte, en una gran llanura de tierra rojiza y seca en la que no crecía nada salvo vientos que venían de ningún sitio e iban a ninguna parte, y mientras eso hacían, batían la tierra y movían el polvo que en ella había. Al norte, lejos, un velo gris dejaba ver las crestas de una cordillera azulada y difusa; tras ella, le habían dicho, estaba el mar. No le interesaba ni le preocupaba, seguramente todo el agua que hubieran visto todas las personas que han existido no fuese tanta como la que decían que se podía ver allí. No existía tanta agua, simplemente no existía tanta agua.
A la gente le gusta exagerar y mentir, pensaba; hablan de mares, ciudades o planetas, de miles de gentes viviendo en un mismo lugar, de gente viviendo en otros lugares, allá, entre las estrellas, de cantidades de agua inimaginables, agua que no se puede beber. Él no les creía pero le gustaba pensar en esas cosas y en cómo sería un mundo con tanta gente y tanta agua; en cómo serían miles de mundos como aquel que imaginaba. Sabía que sólo podría verlo en su mente y así lo hacía a veces, sólo a veces.
Siempre había vivido allí. No recordaba desde cuándo, pero sí recordaba cuánta gente había pasado en ese tiempo: once personas, incluyendo la que estaba a punto de hacerlo. Era un pequeño punto que con el pasar del tiempo se fue haciendo más grande, poco a poco, hasta llegar a verse más alto que aquellas lejanas montañas que quedaban tras él. Pasó sin siquiera detenerse, igual que los demás.
Como siempre que había visto a alguien pasar por allí, le preguntó de donde venía. “De más allá de las montañas” respondió el viajero. “Y qué hay allí”, preguntó interesado, pues era la primera persona que llegaba de aquella dirección; los demás se dirigían hacia allá, él podría decirle lo que realmente había. “Nada”, fue la respuesta.
Eso había pensado siempre; el mar, eso que un día alguien le dijo lo que era y dónde se encontraba no existía, como siempre había pensado, como siempre había sabido. Desde aquel día ya nunca más volvió a acordarse de aquella invención, el mar.
El extraño continuó su camino pensando en la pregunta. “Nada… agua y nada más”, pensó mientras se alejaba.