Jueves, 6 de Julio de 2017
Una vida maravillosa
Un día volverás la vista atrás y te atrapará tu pasado, recordando antiguos amigos casi olvidados y desconocidos que nunca llegaron a serlo, recordando instantes que llegarás a dudar si existieron o si fueron por tu mente imaginados.
Recuerdos y nostalgia. Imágenes de momentos que quizá nunca existieron. Un sonido, un olor viene a tu mente y te transporta a un lugar, a un instante tiempo atrás olvidado.
Tal vez no fuesen los días más felices de tu vida pero sí los que más añoras ahora. Soñando con ellos, tratando de hacer vivo lo que ya tan solo son recuerdos.
Así pasas los momentos vacíos de hoy: ¿fabricando viejos recuerdos, soñando momentos, atesorando mentiras?
Quién sabe si no todo fueron sueños, quién sabe si de nuevo se harán realidad… De esta manera transcurren tus momentos de soledad, así.
Sueñas y vives… y mientras sueñas mueres. Mueres lentamente viviendo lo que ya no existe, con gente que quizá haya muerto, con gente que seguro que te olvidó hace tiempo.
Entonces entenderás que lo único que ocupa tu mente son amigos, los recuerdos que con ellos creaste, y desconocidos, como extras de una vida pasada maravillosa.
¿Qué más necesitas a parte de un amigo con quien hablar, alguien que te escuche, alguien a quien escuchar? ¿Qué más necesitas para que tu vida sea maravillosa?
Jueves, 25 de Mayo de 2017
Mi abuela Henrietta
Hola. Tú eres nueva aquí, ¿verdad?
Sí. Vamos a jugar.
Sabías… A mi madre le gusta mucho hablarme de una abuela mía. Me habla de ella desde que me acuerdo. Dice que es importante que la recuerde porque aunque no fue una persona famosa sí que hizo grandes cosas.
Bueno, en mi familia siempre ha sido famosa, y muy importante.
Yo no la he conocido, me ha dicho mi madre que murió muchísimo antes de que yo naciera. Es mi cuarta abuela Henrietta.
Me habla tanto de ella que casi creo que algún día entrará por la puerta de casa… ¡Igual un día lo hace! Seguro que se han visto cosas mucho más raras.
Si te ríes no sigo contándote nada.
Yo no me aclaro muy bien, creo que dice que es la madre de la abuela de mi abuela. Eso creo que dice mi madre. ¡Qué lío! ¿No?
Mira si hace tiempo que murió que mi madre tampoco la ha conocido, murió mucho antes de que naciera mi madre, incluso mucho antes de que naciera mi abuela. Según me ha dicho, es que además mi abuela Henrietta murió joven.
Como verás te hablo de hace muchos, muchos años. A veces hasta me pierdo, pero poco a poco me voy quedando con todo lo que me cuenta mi madre. Y es que me gustan las historias que me cuenta. Si un día se le olvida hablarme de la abuela yo se lo recuerdo cuando me va a arropar y ella me cuenta alguna cosa. La pena es que entonces son cosas muy cortitas.
La abuela Henrietta era astrónoma, pero dice mi madre que en aquellos tiempos no la llamaban así, la llamaban computadora o asistente.
¿Asistente de quién?… Pues no lo sé. ¡Vaya pregunta! De su jefe, digo yo.
Igual que a mí me habla de ella mi madre, a mi madre le hablaba de la abuela Henrietta su madre, y a ella la suya, y así hasta llegar a la hija de la abuela Henrietta… Supongo… Claro, ella sí la conoció.
Mi madre dice que mi abuela Henrietta fue una mujer muy lista que hizo grandes cosas, pero cuando pregunto en la escuela nadie conoce su nombre… Y eso que no nació muy lejos de Cambridge, en Lancaster nació. A veces pienso que mi madre se lo inventa… Pero no puede ser, en casa hay unas cuantas fotos suyas.
Si quieres otro día te las enseño… Están guardadas en una caja en lo alto del armario del cuarto de mi madre, y yo no llego… O cuando vuelva mi madre le decimos que nos las enseñe.
En la caja también hay un librito viejo que mi madre nunca me deja coger. Dice que es el diario de la abuela, que cuando sea más mayor me lo dejará leer, y que cuando sean todavía más mayor será mío. No sé si lo leeré, para entonces seguro que todo lo que pone en el diario de la abuela ya me lo habrá contado mi madre y me lo sabré de memoria.
Mi abuela Henrietta nació hace muchísimos años, en el siglo diecinueve. Fue un 4 de julio. Ves, eso sí que lo recuerdo.
Sí, ya sé que es fácil acordarse del 4 de julio.
¡Qué suerte nacer un 4 de julio!… Qué suerte que tu cumpleaños sea fiesta, y que la gente tire cohetes, y que hagan desfiles y todas esas cosas. Es como si todo el mundo celebrase tu cumpleaños. ¿Te lo imaginas? ¡Menuda fiesta!
El día de mi cumpleaños no hay nada de eso. Es el 3 de marzo, que tampoco está mal. No te creas. Mi madre siempre me hace una gran tarta, aunque ese día haya ido a trabajar… Bueno, la hace el día de antes; sino no le daría tiempo.
Estás invitada a la próxima fiesta. Apúntalo, no se te vaya a olvidar.
No. Yo no llevo ningún papel encima… Y tampoco llevo lápiz. Lo tendrás que apuntar más tarde.
Dice mi madre que la abuela Henrietta era una mujer callada, que prefería pensar. Creo que en eso me parezco a ella, aunque si me da por hablar… Pero también dice que era muy trabajadora y que sin esfuerzo no se llega a ningún lugar, sobre todo si eres mujer. El caso es que yo me esfuerzo. No sé por qué lo dice.
Pues eso, que mi abuela Henrietta estudió mucho, y suerte que se dio prisa porque al poco de terminar de estudiar se quedó sorda, pero no del todo. Y no te vayas a creer que ya era muy vieja, tenía veinticuatro años. Fue por una enfermedad. Se ve que no era muy fuerte.
En aquella época la mayoría de la gente no estudiaba, ni siquiera era obligatorio ir a la escuela. Y dice mi madre que las que menos iban eran las niñas, y que para cambiar las cosas todas las niñas tienen que estudiar.
Yo por eso estudio mucho. ¿Y tú, estudias mucho?
También me ha dicho que mi abuela Henrietta era muy alegre. Y que siempre veía lo bueno de la gente y de las cosas. Como mi abuela,… mi abuela abuela, la madre de mi madre… Mi madre no tanto, siempre me está regañando: haz esto, haz lo otro… Pero aun así yo la quiero mucho. Claro, es mi madre.
Bueno, pues cuando se le quitó la enfermedad y se puso buena, aunque seguía sorda, la abuela Henrietta se fue a trabajar al Observatorio del Harvard College con otras mujeres. Ahí, al otro lado de la calle.
Vamos a meternos en los jardines. Corre, corre. ¡A ver quién llega antes a la fuente!
Sí, ya sigo contando… Espera que me falta aire.
Contrataban mujeres, dice mi madre, porque cobraban mucho menos que los hombres. Con lo que costaba un hombre tenían para contratar varias mujeres. Pero mi abuela Henrietta… ¿Te lo puedes creer?… Al principio no cobraba nada. Así podrían haber tenido trabajando a todas las mujeres de Boston y de todos los alrededores.
Ella y las otras mujeres se dedicaban a hacer cuentas, muchas cuentas, y también a mirar fotos. Pero no fotos de gente, sino fotos con muchas estrellas, y dice mi madre que las fotos eran de cristal. Qué raro, ¿no?… Fotos de cristal.
Pues sí, hacían eso todos los días: cuentas y fotos… ¿Te lo imaginas?
Estuvo un tiempo trabajando allí pero, claro, como no cobraba nada lo dejó y se fue de viaje. Pero después su jefe le escribió para decirle que le pagaría y volvió.
Es que mi abuela trabajaba muy bien.
No te rías más. Sí, trabajaba muy bien, incluso le prometió pagarle más que a las otras… 30 céntimos por cada hora. ¿Te imaginas cuánto tendría que trabajar para comprar alguna cosa?
Sí. Supongo que entonces las cosas costarían menos, pero parece muy poco.
En aquel edificio de allí la abuela Henrietta miró miles y miles de estrellas. Pero no con un telescopio, entonces no dejaban usar los telescopios a las mujeres, sino en fotos. Las fotos esas de cristal.
¡Qué cosa más rara eso de no dejarles los telescopios!
No, no me lo invento. Entonces era así… Aunque no te lo creas.
No entiendo muchas de las cosas que me cuenta mi madre de cuando vivía mi abuela Henrietta. Parecen muy raras. El caso es que ella me dice que muchas cosas no han cambiado tanto, y que ya me daré cuenta cuando vaya creciendo.
Mi abuela no decidía lo que tenía que hacer, ella hacía lo que le mandaban… Pues, aunque no te lo creas, trabajando en aquel lugar, en lo que le mandaba su jefe, hizo un gran descubrimiento. Un descubrimiento que ni su jefe se imaginaba. Y dice mi madre que con ese descubrimiento mi abuela nos colocó en nuestro lugar del Universo. No sé lo que quiere decir con eso pero yo le digo que sí y le sonrío y ella se pone contenta.
Nuestro lugar en el Universo es la Tierra. ¡A que sí!
No te creas que ese descubrimiento era algo fácil. Claro, si hubiese sido fácil seguro que ya lo hubiese descubierto otro antes. Resulta que en unas nubes que hay en el cielo, en la otra parte del mundo, mi abuela descubrió que hay unas estrellas a las que les cambia el brillo con los días, una y otra vez, una y otra vez, siempre igual,… y que cuanto más tardan en cambiar de brillo más luminosas son las estrellas, o algo así.
Porque, aunque tú ves todas las estrellas ahí arriba, no están todas a la misma distancia. Unas están muy cerca y son muy chiquitas y otras están muy lejos y son enormes. También hay galaxias, y planetas, y nebulosas, y un montón de otras cosas.
Algún día entenderé todo eso tan bien como mi abuela.
Pues eso que descubrió mi abuela parece que es así en cualquier parte del mundo… No, del Universo… En cualquier parte del Universo. Mi madre me lo ha explicado muchas veces pero se me olvida.
Si quieres, luego vamos a preguntarle y te lo cuenta ella mejor.
Eso lo descubrió al principio del siglo pasado. Hace ya más de cien años. Y lo publicaron en la revista de la universidad, pero no iba firmado por mi abuela, sino por su jefe… No me acuerdo como se llama, y eso que mi madre me lo ha dicho varias veces.
¿Que cómo se sabe que ese trabajo es de mi abuela? Porque su jefe puso en una nota que lo había hecho ella. Igual es que no le gustaba el trabajo, solo tenía tres páginas. ¡Qué cortito! ¿No?
El caso es que con el descubrimiento de mi abuela se pudo saber lo grande que es el Universo. ¡Todo el Universo!… Pero eso no se consiguió de un día para otro. Al principio empezaron midiendo la distancia de estrellas que estaban muy lejos. Después el tamaño de nuestra galaxia. Y, al final, calcularon el tamaño del Universo. No lo pudieron hacer todo de una sola vez porque cuando mi abuela hizo su descubrimiento los astrónomos ni siquiera sabían que existían más galaxias, y no lo supieron hasta después de que ella murió.
No. No sé cómo se mide con esas estrellas. Solo sé que es así. Que te lo diga mi madre cuando venga… Seguro que le gustará mucho contarlo.
Y no pienses que mi abuela solo descubrió eso, descubrió muchísimas más cosas. Novas —que no son lo mismo que las supernovas, pero no me preguntes que son—, miles de estrellas de esas que cambian de brillo,… las llaman variantes o variables, no lo recuerdo bien. Y también descubrió otras muchas cosas más.
¡Mapas del cielo!… También hizo muchos mapas del cielo.
Sí, vamos a dar la vuelta al edificio. Vayamos al sol.
Esas estrellas que cambian de brillo deben ser algo realmente bonito de ver porque hasta hay una asociación de gente a las que les gusta mirarlas. Mi abuela Henrietta era miembro.
Algún día yo también quiero serlo.
Claro. Tú también podrías serlo.
No. No sé dónde está esa asociación, pero cuando seas mayor podrás ir a donde quieras.
Dice mi madre que el descubrimiento ese de mi abuela aún se sigue usando. Dice que está segura de que se seguirá usando siempre.
Ya ves tú si parece importante el descubrimiento de mi abuela Henrietta,… pues por su descubrimiento no le dieron nada. Ni dinero ni ningún premio, ni siquiera un regalo. Según me cuenta mi madre, antes le pasaba eso a las mujeres. No se valoraba su trabajo porque, dice, que entonces el mundo estaba dominado por los hombres.
No lo entiendo bien, no sé cómo se hace eso de dominar. Pero créetelo, me lo ha dicho mi madre, y ella sabe un montón. Y también dice que a veces no han cambiado tanto las cosas.
Ya te he dicho que no le dieron ningún premio por ese descubrimiento, ¿verdad? Bueno, pues es que en realidad nunca le dieron un premio, ni por ese descubrimiento ni por ningún otro; pero me ha dicho mi madre que se merecía el premio Nobel, ese tan famoso.
Sí, ese… El del cantante. Aunque yo no sé qué tiene que ver mi abuela con la música o los libros. Bueno, pues parece que estuvieron a punto de dárselo… Pero ya se había muerto… ¿Te lo imaginas? ¡Qué chasco!
Suerte que la abuela Henrietta no se enteró.
Trabajó en este edificio durante muchos años, no como ahora que la gente trabaja un rato aquí y otro rato allá. Y con los años llegó a dirigir el departamento de fotonosequé, pero dice mi madre que eso en realidad era algo de menor importancia, que debería haber seguido su investigación. Se ve que no estaba terminada… Pero su jefe… Ya sabes, ella hacía lo que le mandaban, y su jefe le dijo que dejase eso y se pusiese a hacer otra cosa.
¿Te imaginas todas las cosas que podía haber descubierto si le hubiesen dejado terminar su investigación?
Ven, asómate por la ventana. Vamos a ver qué hay dentro.
¡Uy!, me acabo de acordar de una cosa muy curiosa. Ven, acércate. Te lo voy a contar al oído, pero no vayas a pensar que mi abuela era rara por lo que te voy a decir. Y no se lo cuentes a nadie, ¿vale?
Acércate más.
Mi madre me ha contado que mi abuela a veces se marchaba durante mucho tiempo. Pero no te voy a decir ni con quién ni a dónde… Dice mi madre que eso es un secreto.
Yo también quiero ir a Europa cuando sea mayor.
¿Tú también? Pues podríamos ir juntas.
Aunque nunca le dieron un premio después de que se muriese le pusieron su nombre a un asteroide y a un cráter de la Luna: el asteroide Henrietta y el cráter Henrietta. ¡Qué chulo!
No. No sé dónde están.
Tampoco sé por qué, si dicen que ahora todo ha cambiado, no la conoce la gente. La gente mayor seguro que sabe dónde está el cráter Henrietta.
¿Ya te tienes que ir?… Pues vaya, todavía tengo muchas cosas por contarte de mi abuela y de sus amigas del trabajo.
Sí, mañana te sigo contando.
¿Qué? ¿Que no te he dicho mi nombre? ¡Ay!, pues claro, yo me llamo Henrietta, como mi abuela… Y no es por casualidad. Por cierto, mi abuela se llamaba Henrietta Swan Leavitt.
¿Y tú cómo te llamas?
Me gusta ese nombre.
Lo peor de todo es que mi abuela nunca tuvo hijas o hijos y por eso yo nunca nací. Dice mi madre que cuando mi cuarta abuela nació las mujeres solo podían tener familia o trabajo… y ella trabajó. Es una lástima que no pudiese tener las dos cosas… me hubiese gustado mucho ser astrónoma, como ella.
Mañana nos vemos otra vez y te cuento más cosas. Prometido.
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Un recuerdo a todas las mujeres que, queriéndolo o sin querer, con decisión o sin saber, han ayudado al progreso de la humanidad… Y especialmente a aquellas que han hecho retroceder las fronteras de la ciencia.
También con la esperanza de que sirva de estímulo a todas aquellas mujeres que están llegando y que aún están por llegar; porque con su trabajo no solo harán retroceder las fronteras de la ciencia, las artes, la economía o la política; porque con su trabajo con más fuerza se difuminan, hasta que desaparezcan, frontera mucho más importantes.
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Participación en el XVI Premio Internacional de Relato Corto “Encarna León”. No premiado, no finalista.
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CC BY-NC-ND
Electricidad
Se escuchaba una dulce voz tarareando una canción de cuna mientras las gotas que salían de un grifo golpeaban la superficie mojada que había bajo él.
Poco a poco otros sonidos se fueron mezclando con la voz, pero, finalmente, todos, incluso la voz, cesaron. Fue entonces cuando, tumbado en la cama de aquella habitación, la melancolía se apoderó de su pensamiento. Recuerdos que se sucedían unos a otros cruzaban su mente mientras sus ojos miraban el oscuro y sucio papel verde de las paredes.
Del piso de arriba comenzó a llegar el sonido de una vieja canción; de mucho antes de que él naciera. Al poco, unos pasos acompasados se empezaron a escuchar, formando círculos en el techo amarillento y en penumbras de aquella habitación. Se imaginó a una pareja abrazada bailando lentamente mientras giraban por la estancia y se susurraban al oído… Tal vez, incluso, un beso en el cuello, sin querer.
Pero todo aquello sólo le entretenía durante breves momentos. Después volvía a sus recuerdos.
Una noche lluviosa en una calle iluminada por las luces de los comercios de una gran ciudad; la gente, ajetreada y siempre con prisas, se cruzaba con él. Con sus paraguas abiertos y entrechocando, salpicando la cara con las frías gotas que habían conseguido llegar hasta el extremo de las varillas de metal. Fue, tras secarse los ojos con la manga, tras apartar el brazo, que la vio allí, con un impermeable de plástico transparente, corriendo para refugiarse de la lluvia.
Sólo por un instante la vio, pero aquella imagen había perdurado desde entonces en su mente. Y estaba seguro de que, sin saber por qué, perduraría por toda su existencia. Un instante como otro cualquiera, un instante pasado y mágico que se repetía en su cabeza como el respirar en su pecho. Entonces, una sensación de bienestar le acompañaba. Relajación… Y una triste nostalgia de algo que nunca llegó a ser… De lo que, quizá, podría haber sido.
La luz que había al otro lado de la ventana empezó a parpadear y a cambiar de colores, iluminando y dejando casi en total oscuridad la habitación; parpadeaba, y con cada parpadeo un nuevo color iluminaba el interior. Grandes sombras se alargaban tras los objetos, la luz se apagaba y al volver sus ojos encontraban la misma habitación y los mismos objetos, todo en el mismo sitio. Nada cambiaba, pero cada vez que la luz se perdía él esperaba que al reaparecer lo hiciese con algo nuevo, todo nuevo. Una habitación nueva, un lugar nuevo… Pero al volver todo era igual, todo en el mismo lugar.
Entonces se dio cuenta de que no hay nada que no vuelva a empezar, siempre, en un círculo sin fin, sin principio ni fin. ¿Quién podría recordar cuándo empezó a formar parte de él?
Corriendo, su mente siempre volvía al mismo lugar, a una noche de lluvia y a un impermeable transparente que se perdía entre los cristales de unos escaparates llenos de maniquís vestidos con otros impermeables transparentes. El círculo volvía a girar, recordándole tantos momentos vividos; momentos que llegarían a formar parte de aquella gran rueda, para, finalmente, desaparecer dentro de ella, como si nunca hubieran existido.
Pensaba y se preguntaba si realmente habrían existido. Tal vez sólo fueran parte de un sueño, un nuevo sueño; el sueño de esa noche. Tan sólo uno de ellos. Mañana habría más, mañana, tal vez, habría nuevas vidas ya vividas; nuevas vidas por vivir. Mañana, hoy, ayer. La rueda había vuelto a girar, allí, en aquella oscura habitación iluminada por una luz parpadeante de neón.
Todo aquello era una conversación de un interlocutor, él y su mente. Soñando y viviendo, viviendo y soñando. ¿Cuál podría ser la diferencia? Ninguna importancia tenía. Nada la tenía. O, tal vez, todo la tenía.
Volvió a apagarse la luz, volvió a encenderse la luz y todo había cambiado a su alrededor. Volvió a apagarse, y al volverse a encender todo, otra vez, volvía a ser igual. Todo estaba en el mismo sitio. Con distinto color, todo en el mismo lugar.
Los papeles de las paredes, verdes, rojos, azules, ennegrecidos por el paso del tiempo, empezaban a despegarse: junto al techo, en los rincones, bajo la sombra alargada que creaba la bombilla fundida que colgaba del techo cada vez que la luz que había tras la ventana se dejaba ver.
Otra vez la misma voz tarareaba al otro lado de la pared en la que ahora tenía apoyada su cabeza. Tras él. Otra vez oía el agua goteando, cayendo.
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Participación en el Premio Internacional de Cuento “Las Dalias” 2016. No premiado, no finalista.
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CC BY-NC-ND