Domingo, 23 de Abril de 2017
Recuerdos
Se despierta sentado en el porche de su casa, empieza el verano y ya hace calor. Esperará a que sus amigos acaben de comer, en cuanto los vea en la calle saldrá corriendo detrás de ellos. Sí, es divertido correr, investigar por el bosque, subirse a los árboles y esconderse, tirar piedras al estanque,… Pero… ¿Y el instituto?
Ahora lo recuerda, ¡qué absurdo! El calor del verano. Ya está en el instituto… Sí, con el tonto profesor de Filosofía y la delgada profesora de Matemáticas. Claro en el instituto.
Lo que ahora le gusta es salir con sus amigos y hablar con las chicas, aunque en este momento siente algo de añoranza de sus correrías de hace unos años.
«Este fin de semana», se dice con convencimiento. Y si al fin se decide, ese fin de semana le pedirá salir a la chica de la calle de atrás. Nunca ha hablado con ella, aunque seguro que es simpática.
Pero, fueron a Italia de viaje de fin de curso, ¡menuda ciudad Roma!… ¡Menudo país Italia! Allí conoció a la que sería su mujer; no era italiana, también estaba de viaje de fin de curso.
«¡Qué curioso! —piensa—, tener que ir a Italia para conocer a una chica que no vive ni a veinte kilómetros de casa. María, mi amor.»
Recuerda que solo a ella le ha dicho «Te quiero»; recuerda que solo con ella sería capaz de pasar la vida entera; que con ella todo se hace llevadero y que, con ella, todo lo tiene.
Y ahora también lo recuerda, está casado. «Pues claro que sí —se dice a sí mismo—, con María. Desde hace más de cincuenta años. Qué despertar más tonto.»
Piensa en entrar dentro de casa a hurtadillas y abrazarla a traición, por la espalda, y darle un gran beso, y otro. «La quiero tanto…», se dice mientras sonríe y piensa en lo que va a hacer. Intenta levantarse… Pero, cómo le cuesta.
—Señor González, no se levante —Escucha con un sonoro eco.
Al poco aparece una muchacha que se inclina sobre él y continúa hablándole casi al oído, en voz baja.
—Señor González, usted sólo tiene que decirme lo que quiere. Para eso estoy aquí.
—Sí claro, eso iba a hacer —responde sin saber muy bien que pasa, sin saber quién le habla.
—¿Qué desea?
—Nada, ¿qué hora es?
—Aún no es hora de comer. No se preocupe.
La muchacha le pasa la mano dos o tres veces por el brazo y se marcha.
Se gira para ver adónde va ella. Están en una gran sala, no es el porche de la casa de sus padres, no es el porche de su casa. Está sentado frente al ventanal de la residencia, como todos los días desde que se fue María.
Fuera el mundo gira y la gente corre, todo sigue en movimiento, pero su vida parece que se paró hace un tiempo… Desde que supo que jamás la volvería a ver.
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Regalo del día del libro 2017. Presentado inicialmente al VI concurso de relatos cortos “Río Órbigo”. No premiado, no finalista.